9: Llaveros de mecate para ahorcar.

Muy bien, queridos lectores. Es difícil para mí comenzar a redactar este capítulo. ¿Cómo decirlo? Es uno de los más memorables y provocadores de mi lagrimación excesiva; es decir, que chille. Aquí vamos. Intentaré no secarme mientras lo escribo.

Siguiendo el hilo del capítulo anterior, empezaba el semestre de bachillerato, el novio se había ido, yo estaba -por decirlo así-, sola. Y como dijo Cortázar alguna vez:

"Pequeña historia tendiente a ilustrar lo precario de la estabilidad dentro de la cual creemos existir, o sea que las leyes podrian ceder terreno a las excepciones, azares o improbabilidades, y ahí te quiero ver".

Bueno, recordaba que esa frase coincidiría un poco más con lo que quiero expresar, pero al parecer no. Regreso. El hecho es que las coincidencias -referentes en la cita- se hicieron presentes aquél primer momento del segundo semestre de primero de bachillerato. Y allí estaba. 

Con sus gueros falsos que pretendían ser blancos, su expresión que dejaba en claro un mamón interno, su chamarra color beige, libros de filosofía en su mochila y una soberbia que supe tratar, estaba el Diego que también todos conocemos por apodos pero pocos saben su... él mismo. El Benigno. O el Abuelito. O el Magnánimo. Como les plazca llamarlo. También abandonado por uno de sus mejores amigos (refiriéndome al novio), nos acercamos a compartir el duelo que no duró mucho.

Él ya iba en tercero de prepa, parecía ser bastante maduro, inteligente y de amplio criterio. Yo apenas con quince, una crisis existencial en proceso y mucho tiempo para aprender y absorber conocimiento. Todo comenzó con un "Paulette es demasiado", cuando yo no sabía quién era. No es que ahora ya lo sepa, pero antes era diferente. Así nos fuimos haciendo algo extraño que nunca fue aceptado como "amigos", pero parecido. Era como un intercambio, un trueque. Días enteros platicando. Chismes, críticas superficiales de niñas fresas. Salidas a lugares jipsters. Dos vegetarianos que eran mayoría cuando de elegir restaurante de trataba. Películas, música, libros. No sé. No podría explicarlo todo jamás.

(Mientras pienso cómo explicárselos de una mejor manera, relataré un poco el contexto de SIGNOS en aquellas fechas.)

Corría el chisme de pleitos y malentendidos entre maestros queridos. Maestros que vimos crecer y trabajar juntos. Maestros que creíamos inseparables. Es decir, algo extraño estaba ocurriendo en la escuela, y nosotros -los alumnos- no entendíamos qué era. Tampoco los maestros, a decir verdad. ¿Los culpables eran el nuevo espacio, las crisis personales de los maestros, la mediocridad de los alumnos, un nuevo régimen dictatorial oculto en el sistema, la situación del país o el mismísimo satanás? ¿Había realmente culpables? El hecho era que nos desmoronábamos mientras las versiones contrarias se esparcían lenta y rápidamente por medio de los alumnos. Así, se empezaron a formar grupos de gente que se postulaba de acuerdo o en desacuerdo con ideologías de la escuela. Todos estábamos dolidos. Algunos dejaron de creer. Otros -puedo incluirme en este grupo- aprovecharon la oportunidad para renovar fuerzas, dar todo de sí y volver a confiar. Y entonces una horda de maestros dieron la lamentable -sólo en algunos casos específicos- noticia de que se irían. Dejarían la escuela para siempre.

Recuerdo el día en el que un grupo reducido de gente, con las pocas fuerzas que nos quedaban, decidimos platicar con el alma de SIGNOS, pidiendo explicaciones, intentando llenarnos de esperanzas. Mary nos recibió con los brazos abiertos, y lloramos las verdades y prejuicios, tabúes y dudas. Lloramos para terminar con ese año.

Nos fragmentábamos lenta y dolorosamente. Así se sentía cada mañana. Y el toque de "Fluorescent Adolescent" de los Artic Monkeys como música de fondo. 

Entonces, recapitulando: Tenía una amistad única, irrepetible, aparentemente infinita y enriquecedora en todos lo sentidos. Pero una crisis escolar que me partía en dos Paulettes que creía querer de la misma manera. Y en un noventa por ciento me refiero a aquella maestra antes mencionada, Sandra, de la que tanto aprendía, tanto admiré y sigo extrañando. ("Sigan conjugando sus verbos favoritos, siempre") El otro diez se reparte -no igualitariamente- entre los seis maestros restantes.

Cuando llegó la hora de la graduación, la entrega de la bandera y demás actos sentimentales, lloré como si quisiera llenar el mar in-llenable. Intenté tomar fotos mentales de ese año que tanto me significó y guardé cada objeto que me encontraba o me regalaban, en mi caja de aquél año. El último día, después de haber tenido una noche -fiesta de graduación- de confusión, comer espaguetti del suelo y creerme Emma Watson con su Logan Lerman. escribí en mi libreta con lágrimas sinceras y la cerré intentando no sentir el corazón tan apachurrado y prometiéndome a mí misma que el año siguiente haría algo rescatable por mi escuela tan querida. A la que nunca dejé de apostarle mis seis años.







En la expo-talleres. Siendo galán.




Con mi familia en el viaje a la sierra Chihuahua.







Aylin y yo el día de la graduación de aquél tercero de prepa.







*Les prometo conseguir más fotos, y más interesantes para la próxima semana en este mismo capítulo*

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