3: Cerdo chaufa pansexual.

Hoy comienza otro nuevo capítulo, mi último décimo sexto día de clases en esta escuela. Y toca hablarles de dos personas que se volvieron importantes en mi vida desde el tercer o cuarto día de primero de secundaria; la del ojos de pescado y la del oso negro, quiero decir, Renée y Valeria.

Verán, gente que amablemente lee mis publicaciones, estas dos niñas siguen aquí, en SIGNOS, igual que yo, después de tantos años y tantas adolescencias. Pero comenzaré desde donde se tiene que comenzar, el principio.

Yo era -creo que todavía soy- una niña sobreprotegida por mi mamá, y obviamente no me dio el permiso para salir a la hora del recreo a la calle, con todos sus riesgos y peligros, con toda esa bola de vándalos que corrían por lonches, chilaquiles y sopas Maruchan y quién sabe cuántas cosas más a la tienda. Justo idéntico que a Renée. La única persona libre y autónoma era Valeria, y entonces ella nos traía los nachos con queso del Oxxo por tan sólo quince pesos. ¿Pueden creerlo? Así comenzó nuestra amistad, que más tarde se basaría en golpes con palos de escoba, cachetadas de las reales, patadas en la espinilla y, claro, fiestas de trece años con tortugas en una fuente en casa de Valeria, mojadas en la lluvia con chocolate caliente, y muchos, pero muchos recreos compartiendo comida como pastel de chocolate con chocolate y chocolate del Costco -y de Renée, claro- y los elotes de la mamá de Valeria, con crema, mantequilla y queso.


Éramos el trío de inseparables; cuando una faltaba a clase, la otra se preocupaba o hasta lloraba, por el daño que le causaría a su rendimiento académico -¿o esa era sólo yo?-, cuando una caminaba todas íbamos detrás, y teníamos muchas cosas en común, como que Renée era guía y yo scout, o Valeria había ido en la Escuelita junto conmigo, pero sobre todo, y la más importante: no congeniábamos del todo con cierta persona que aparecerá y desaparecerá, será protagonista y antagonista de esta mi historia de las seis cajas de recuerdos, Angela Fimbres.



Pero ahora los dejaré con la duda un rato, puesto que me dispongo a hablar de los apodos. Tienen una historia interesante. "Ojos de pescado" era Renée, por cierta persona de cuyo nombre no me quiero acordar -cof, cof, Casillas, cof, cof-* y de quién vivía enamorada, aún y con sus ojos de pescado, que con el tiempo se le acomodaron a modo normal y su cabellera de príncipe valiente, que luego reemplazó una barba de hombre-macho. "Oso negro" era Valeria, debido también a un corto enamoramiento con el Jorge obscuro y pachoncito que ahora juega fútbol americano y que por alguna razón tiene mucho pegue entre las niñas. Yo, pues yo también tenía uno, "Bisonte", y para no variar, era por una persona que creía querer de modo amoroso, el Pepe del que todos oímos hablar y nunca nadie conoció, porque era un niño de mi Tropa de Scouts que le gustaba mi amiga de allá también, hecho que me hizo llorar por año y medio, puesto que además, era la intermediaria en sus amor que nunca se logró.



Y aquí termino por hoy, porque luego me emociono con las letras e historias y no paro.





*No me mates, Renée, sólo tengo dos seguidores en este blog, nadie se enterará. Y con Valeria no necesito excusarme, porque sé que le vale pato lo que diga de el oso negro.















Fotos de la fiesta de Valeria, trece años, ella con blusa color rosa, Renée con una azul cielo, Ángela -al final de todo, estaba ahí- de azul marino, Casillas -el pescado- de verde militar, Barba con la camiseta de SIGNOS negra, Aylin con blusa beige y yo comiendo el pastel con la blusa del cocodrilito falso.


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